Amberes

 Sábado 27 de abril

Amberes

Hoy ha sido un día con suerte, quizás para compensar el estresante día de ayer. Pese a que por la noche he estado oyendo llover y  a que a las 8 aún lo hacía, un poco después de las 9 la lluvia ha cesado, contra los pronósticos de que no lo haría hasta las 10. Así que animados, aunque preparados con todo tipo de artilugios para protegernos de este meteoro, sobre las 10 hemos dejado el área para acercarnos a visitar la ciudad.

Nuestra amiga Tula no parece estar animada a dar un paseo de más de unos pocos minutos, así que ayudados por el smartphone ponemos rumbo a la parada del autobús 22 justo a la vuelta de la calle de salida del área.

Pero de camino oímos como una joven habla por teléfono en español y aprovechamos para preguntarla como se paga el autobús. Nos dice que mejor cojamos el tranvía y que se abona enviando un mensaje SMS a un número de cuatro dígitos y nos envían el pago a casa. Nos ha parecido extraño y hemos insistido en si no se podía pagar dentro del autobús y ha dicho que no.

Hemos seguido en busca de la parada sin encontrarla aunque sí lo hacemos con la del tranvía y pregunto a un señor que cuando oye que Angel me dice algo en español se le ilumina la cara y todos cambiamos el “chip” del inglés a nuestro idioma común, el español. Y este señor nos dice que tomemos mejor el bus 22, indicándonos la parada que no habíamos visto, y que no se puede pagar dentro pero que nadie lo controla. Comprobaríamos después que la mitad de la información sería buena. Vamos mejorando. Aunque adelanto aquí que…a veces mejor no preguntar porque en vez de aclararte las cosas, las hacen mucho más confusas.

Cruzamos la calle hacia la parada del autobús y antes de la hora marcada por el teléfono, el autobús hace acto de presencia. Subimos y encontramos una máquina a la izquierda en la que acercamos la tarjeta. El conductor asiente, suena un “clin”  y nos indica con gestos que volvamos a pasarla. Y así de sencillo. Dos personas preguntadas y con ninguna hemos conseguido la información completa.

La aplicación del teléfono móvil nos va indicando por donde va el autobús en tiempo real y por tanto, donde hemos de bajarnos, y en poco más de veinticinco minutos nos deja en una plaza a escasos metros de la catedral a donde nos dirigimos en primer lugar.

Y allí en otra pequeña plaza, nos encontramos una buena cola de jubilados que parecen pertenecer a varios grupos guiados. Pacientemente hacemos la fila y en poco más de quince minutos accedemos al interior. Y vaya, suerte también, reducción para mayores de 60 años. 20 euros los dos. Menos mal porque 40 es un buen sablazo.

Esta catedral  se comenzó a edificar en el siglo XIV sobre una antigua iglesia románica.  Ha sufrido diversos avatares a lo largo de su historia. Así, durante la Revolución Francesa sufrió graves daños con el expolio de obras de Rubens que se llevaron a Francia siendo posteriormente devueltas en 1816.  

Su interior tiene unas dimensiones espectaculares y deslumbra por su luminosidad y elegancia. Sus muros se elevan iluminados por hermosas vidrieras  del siglo XVI algunas de ellas iluminadas intermitentemente por el sol. 


Llama la atención el coro de un exquisito trabajo así como los cuatro cuadros de Rubens alrededor de los cuales se concentran los grupos guiados.

Dejamos la catedral para buscar el curioso callejón de Vlaeykensgang peculiar con casas del XVI, pero no es de los rincones más bonitos que hayamos podido disfrutar. Y con gente, mucha gente, menos mal que, al ser grupos, lo mismo que lo llenan todo, lo vacían súbitamente y nos deleitamos con su contemplación en soledad para después poner rumbo a la estación central a través de la calle Meir, la arteria comercial más importante de la ciudad y  dicen que la más cara de todo Bélgica.

Caminamos por esta ancha avenida y como es sábado y el tiempo acompaña, está llena de gente, caminando, en patinete o en bicicleta y no dejo de sorprenderme por la cantidad de artilugios ingeniosos que utilizan para transportar de todo lo imaginable en sus bicicletas. Y el premio lo gana una especie de sidecar  que se pone en la parte delantera de la bicicleta y que va completamente cerrado en plástico y es para los niños. Vemos varios y también bicicletas que llevan a dos niños y otras que a la silla normal de bebés que conocemos en España han añadido una especie de caja alrededor que lo hace más seguro.


Y seguimos calle abajo. Y no me extraña que esta sea la calle más cara de país porque al final las joyerías se suceden unas a otras y lo que se expone en sus escaparates no son joyas con circonitas, son diamantes de todo tipo y tamaño. Casi da miedo mirarlo, como si fuera algo ajeno a nosotros, algo que despierta mi curiosidad por su belleza, pero nada más.

Al final de la calle llegamos a la Estación central un hermoso y robusto edificio de finales del  XIX construido bajo la regencia del por aquel entonces rey de Bélgica, Leopoldo II. Alguien la define como una “catedral de trenes”. Y es que la revista americana Newsweek dice que es la cuarta estación más bonita del mundo, y es que parece un escenario de película.

Cuando se entra da la impresión de estar más en un palacio. Su interior es imponente, con  una enorme cúpula de 75 metros de altura,  con mármoles de más de veinte clases distintas y columnas de todo tipo;  es magnífico y elegante y parece más un gran palacio que una estación. Y está en perfecto y actual uso aunque con sus modificaciones.

Salimos por una puerta lateral y nos encontramos a la puerta del  zoológico que con sus más de 170 años es uno de los más antiguos y famosos de Europa. Fue inaugurado en 1844 por el rey Leopoldo I y la peculiar puerta que atravesamos, atestigua su edad. Pasamos por el hermoso  portón y nos adentramos en un mundo de calma y tranquilidad, de verdor, en pleno corazón de la ciudad.

Ponemos ahora rumbo de regreso al casco antiguo y nos dejamos perder por sus calles hasta llegar a la plaza mayor (Grote Markt) ,  la más icónica de la ciudad y sin duda los más hermoso de ella.  













Su historia se remonta al siglo XIII celebrándose aquí las primeras ferias y comerciantes ingleses hicieron negocios con italianos, españoles y alemanes. Con el tiempo, esta plaza se convirtió en un mercado comercial permanente y en el escaparate internacional de Amberes, la ciudad más importante de los antiguos Países Bajos en el siglo XV.

Esta gran plaza está rodeada de hermosas casas gremiales muy bien conservadas que pertenecieron a organizaciones poderosas, como los gremios y los artesanos, pero el edificio más llamativo es el Ayuntamiento, construido en el siglo XVI y declarado en el siglo pasado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO y donde se está celebrando una singular y alegre boda india.  En su parte central está la fuente de Brabo que hace referencia a la leyenda más famosa de la ciudad.

Son las 13 horas así que decidimos seguir el consejo de nuestra nuera, Jeni y dar un paseo hasta la zona del castillo, a orillas del rio Escalda y muy cerca de la plaza mayor. En sus alrededores se mezcla la arquitectura moderna con la de siglos pasados.

El Castillo Het Steen, (“La roca”)  está en la ciudad desde el año 650. Esta zona fue frecuentemente asolada por las hordas vikingas que por entonces surcaban los mares. Con Carlos V se convirtió en fortaleza frente a ataques bárbaros y pronto fue la entrada clave a una ciudad que durante la Edad Media se convertiría en el puerto más importante.  Pero también fue la prisión del castillo de Steen, una de las más duras donde esperaban la muerte los reos.  

A la entrada del castillo nos saluda el gigante Lange Wapper o Druoon Antigoon, un habitante de la ciudad al que le encantaba atemorizar y perseguir a niños pequeños y a borrachos cuando los encontraba a altas horas deambulando fuera de sus casas. La leyenda dice que este habitante podía crecer y crecer hasta convertirse en el gigante que, efectivamente, causaba el pavor entre los habitantes de la ciudad. Pero le tenía terror a la virgen María por lo que los habitantes llenaron las calles de imágenes y al no tener donde ir el gigante desapareció en el río de donde no volvió a salir.

Dentro del castillo hay tiendas, exposiciones y la oficina de turismo.

Damos por terminado nuestro paseo por esta ciudad y nos dirigimos ahora de regreso a la plaza verde a tomar de nuevo el autobús 22 que nos dice el teléfono que llega en 20 minutos como puntualmente lo hace.

Sobre las 14,15 estamos de regreso. Tenemos que abonar un día más de área porque no sabíamos si hoy nos desplazaríamos a otro sitio a pasar la noche, pero íbamos a ganar poco tiempo así que decidimos quedarnos. El señor que atiende el área parece haber padecido algún accidente vascular que le ha dejado el brazo izquierdo paralizado. Tiene escrito en varios idiomas (francés, inglés y alemán) unas breves instrucciones. Están manuscritas y la letra no es buena por lo que tenemos dificultad en entenderla, lo mismo que a él que dice que habla algo de inglés, pero me temo que no es así. Ayer nos cobró 15 euros pero hoy nos pide 10. Intuyo que pretende quedarse con ello por lo que le pagamos en efectivo, que es lo que manifiesta querer y no le pedimos recibo. 

Siento empatía con él y es que me parecen lamentables las condiciones en que este señor trabaja. Vive aquí mismo, pero en una autocaravana pequeña y destartalada. Nos da la impresión de que es un empleado y ya podrían tenerle en condiciones  algo más dignas porque está de 8 a 20 horas y hoy sábado también y suponemos que mañana igual. Así que se lo hemos facilitado. A nosotros nos resulta ventajoso ya que al menos hemos pagado la vuelta del autobús, y a él, también. No comprendo en primer lugar, que sean tan “visibles” este tipo de condiciones para un empleado de cara al público. Mal está que las tenga y además que sea tan “impune”. Y en segundo, como una ciudad como esta da esta imagen a los viajeros. Parece que no les importa, ni lo uno, ni lo otro.

En la autocaravana nuestra amiga está perfectamente. Pero antes de atacar la comida la sacamos a dar un paseo y yo intento reservar un área para las noches del 29 y 30 en Keukenhoff. Pero, la que nos gustaba más dice que está completa todo el mes de abril y parte de mayo, así que envío un email a una segunda cercana para intentar reservar. No creo que tengamos problemas para encontrar ya que hay muchas, pero mejor ir a lo seguro que no andar peregrinando el lunes por la tarde de un sitio a otro en busca de lo que nos hayan dejado, pero mucho me temo que va a ser así.

Después de comer y descansar hemos cargado y descargado aguas, pasearemos en un rato a tula y nos queda ya relajarnos  un poco más y cenar y son ya casi las 19 h. Bueno, y algo más. La cama ha vuelto a dar fallo ayer. Por segunda vez en el viaje no quiere bajar, aunque con el botón de “reseteo” se soluciona sin problema. Sigo sin comprender porque le pasa y espero que no le vuelta a ocurrir porque la sensación que me produce es muy desagradable sobre todo pensando en que tengo aún 15 días por delante y estoy muy lejos de casa.

Lunes 29 de abril.

Ayer no tuve tiempo material de escribir y es que después de llegar al área alrededor de las 15 horas me concentré en la búsqueda de un lugar para pernoctar los dos días siguientes que íbamos a estar por la zona de Keukenhoff ya que  me sorprendió  la desagradable sorpresa del silencio de unos sitios, o la negativa de otros cuando preguntaba por su  disponibilidad. La mejor respuesta fue la un camping cercano diciendo  que tenía sitio para la noche del 30 pero no para la de hoy 29. Así que como no me atraía nada la idea de ir peregrinando físicamente de un lugar a otro mendigando un lugar, seguí enviando email hasta que tuve éxito con el área en donde estamos ahora, la N205, (52.3441, 4.6830)  junto a esta carretera nacional, que se oye a lo lejos  porque tenemos puerta y ventanas abiertas y a unos 20 minutos de los jardines. Supongo que cuando cerremos por la noche no la oiremos, como así fue. Pero vuelvo al domingo dia 28.

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